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La Ciencia estudia la vida en lugares como Altamira

12/12/2020

Publicado en

El Diario Montañés

Enrique Baquero |

Profesor de la Facultad de Ciencias. Departamento de Biología Ambiental

Probablemente a pocas personas se les ocurre pensar qué pasa en la famosa Cueva de Altamira más allá de la cuestión de las pinturas rupestres. Lo ocurrido en ella puede calificarse de “moderno” cuando entendamos que la vida se mide con otra escala, aunque su ocupación hace casi 40 000 años, y su decoración hace más de 13 000, nos parezcan algo lejano. Los hombres y mujeres que la habitaron convivieron con otras formas de vida que han pasado desapercibidas hasta hace muy poco tiempo. Los protagonistas de nuestra historia son, además de esas personas y sus pinturas, unos microrganismos llamados hongos, y un pequeño animal de seis patas pero sin alas (no puede ser considerado por tanto un insecto) llamado colémbolo. La relación entre ellos puede no ser obvia, pero existe una red de hechos que los conecta. Enseguida hablaremos de ellos.

Las cuevas son lugares interesantes. Por un lado ofrecen abrigo a algunos animales, pero por otro sus condiciones no favorecen la vida: no hay luz, y por lo tanto no hay plantas, su temperatura es baja e incómoda para la mayoría de organismos, y en consecuencia no hay alimento que aprovechar. Pero unas hojas o ramas arrastradas por el agua, o los excrementos de algún animal, pueden servir de aperitivo, y entonces comienza la red vital, pues esa “materia orgánica” inicial es alimento de uno de nuestros primeros protagonistas: el hongo. Esta actividad, de degradación pues algo que tiene forma deja de tenerla, permite el crecimiento del hongo en forma de micelio, delgados filamentos blancos, y finalmente aparecen las esporas, que hacen las veces de semillas. El hongo pasa a ser alimento para otro organismo, el colémbolo, que ingiere tanto el micelio como las esporas, nutriéndose del primero y depositando las esporas inalteradas junto con sus excrementos al final del proceso digestivo. A su vez el colémbolo será presa de otros animales, como las arañas o pseudoescorpiones de las cuevas, que serían el equivalente del gran depredador de la sabana alimentándose de las gacelas (esas serían los colémbolos en las cuevas). La cueva por tanto, como cualquier otro hábitat, tiene su propia comunidad de habitantes, presentes en ellas desde hace más que esos 40 000 años de nuestros pintores prehistóricos.

Hace pocos días se publicó en Zookeys[1] que en Altamira vivía una nueva especie de colémbolo. Ha quedado claro que “de nuevo nada”, pero hasta ahora nadie le había puesto nombre. Hace ya tiempo que la actividad de la espeleología, la que permitió en sus inicios descubrir las pinturas de Altamira, giró sus ojos hacia la parte viva de las cuevas. Desde entonces se han “descubierto” cientos de especies (más de 200sólo en las cuevas de la Península Ibérica), y son los entomólogos y zoólogos los científicos encargados de hacerlo. En esta ocasión, ejemplares capturados en el año 2000 han sido sometidos a un riguroso examen, basado en ser comparados con todas las especies previamente descritas, ¡y en todo el mundo! Lo que se mira es su coloración (algunos tienen patrones de manchas que se repiten), su número de ojos (los colémbolos tienen un máximo de ocho, pero los que viven en cuevas suelen perder alguno, o todos), la longitud de sus antenas (cuanto más largas más capacidad de “oler”, pues en los insectos las antenas sirven como órgano del olfato), o la longitud de sus uñas (en las cuevas son más largas, para que el animal pueda andar sobre el agua). Esto ha costado muchos años, y hasta ahora no hemos estado seguros de que, efectivamente, los ejemplares de Altamira se merecían tener su propio nombre: Pseudosinellaaltamirensis, que en latín significa “la Pseudosinella de Altamira”.

Ahora nos queda una última cuestión por estudiar: saber si los animales que habitan las cuevas pueden tener parte en la degradación de algunas de las pinturas. Hace 13 000 años, para dar color a sus pinturas, los habitantes de las cuevas utilizaron pigmentos sacados de minerales como el hematites, la limonita o el yeso, y para hacerlos moldeables añadían carbón vegetal y otras sustancias orgánicas como grasa o resina. Y los aplicaban con pelos de animales o ramas. Parte de esos materiales pueden servir de alimento a los hongos. Si las condiciones para su crecimiento son las adecuadas, y los colémbolos depositan esporas sobre ellas, las pinturas podrían quedar dañadas. Para saber la respuesta hay que realizar una rigurosa investigación, y de nuevo los científicos estarán cogiendo el testigo.

 


[1]Baquero E, Jordana R, Labrada L, Luque CG (2020) A new species of Pseudosinella Schäffer, 1897 (Collembola, Entomobryidae) from Altamira Caves (Cantabria, Spain). ZooKeys 989: 39–54. https://doi.org/10.3897/zookeys.989.52361

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