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Un océano de sensibilidad

08/06/2019

Publicado en

Diario de Navarra

Jordi Puig Baguer |

Profesor de Ciencias Ambientales en la Universidad de Navarra

Día Mundial de los Océanos. Yo, empedernido amante de la tierra firme, practicante del pedal y gastador de suelas por los paisajes a los que me aferro, siempre en busca y espera de otro más de sus aspectos, ¿tendré algo que aportar sobre la inmensidad que desconozco, desde la sencilla admiración costera? Tal vez baste con atender a dos personas que, con sus relatos, me han regalado (¡gracias a los dos!) el efecto de su sensibilidad, expresada en el encuentro con criaturas oceánicas concretas.

Mandy-Rae Cruickshank bucea a pulmón libre. Ha ganado ocho campeonatos mundiales de inmersión en apnea. Puede bajar a 80 metros con una sola inspiración y subir por sí sola. El documental “The Cove” muestra a Mandy nadando sumergida junto a ballenas y delfines. Curiosos y acogedores, reciben su compañía con una aceptación que interroga. “Es una de las experiencias más increíbles que puedas tener. Es sobrecogedor que se acerque a ti y se interese por ti una criatura salvaje. Es…, es realmente increíble”. Llegada aquí, las palabras no le sirven como quisiera. “Yo no suelo tocar nada en el mar, pero llevaba mucho rato nadando con un delfín; alargué la mano y él vino hacia ella y se quedó allí, delante de mí, dejándose acariciar la barriga. (…) realmente quería estar con nosotros”. Animo a ver con ojos bien dispuestos las imágenes que acompañan esas palabras, en torno al minuto 32 y 33 del documental.

Mandy me trajo el recuerdo de Sebastião Salgado a la memoria. Muchos sabemos de él. Economista de primera profesión por algún tiempo, y afortunado fotógrafo vocacional tras recibir de Lélia Wanick, su cónyuge, el regalo de una cámara. Con Lélia siempre, inician su carrera en la fotografía social. Sebastião abordará sobre el terreno temas que pondrán en riesgo su vida. “En Ruanda vi brutalidad total. Vi diariamente miles de muertes. Perdí la fe en nuestra especie. No creía posible que viviéramos mucho más, y comencé a ser atacado por mis propios estafilococos. Comencé a tener infecciones en todos los lados”. Entonces fue a ver al doctor de un amigo suyo en París, quien descendió así al origen de sus males: “Viste tantas muertes que te estás muriendo. Debes parar. Para. Debes parar porque de lo contario morirás”. Y paró; aunque ya roto en mucho. ¿Irreparablemente, tal vez?

Otra intervención providencial de Lélia le devolvería al contacto con las tierras de la hacienda familiar que le vieron crecer. Con trabajo, ambos las rescataron de su deterioro y las llenaron de una vida propia que se extiende, como relata el documental de Wim Wenders “La Sal de la Tierra”. Nace entonces un renovado amor, fotográfico, ahora por esta Tierra que todos hemos recibido por igual, y por sus lugares menos transformados. ¡Tanta belleza esperando…! En un feliz día de su nueva atención, Sebastião se acercará a una ballena en el Océano Antártico, con las aguas totalmente calmadas. Podría volcar la embarcación con un repentino movimiento. Pero ella no rehúye con brusquedad el acercamiento del fotógrafo. Sebastião extiende su mano, que posa sobre el animal. Y se sobrecoge al percibir que toda la inmensidad del mamífero, de la cabeza a la cola, se estremece pacíficamente al momento. Quién supiera buscar y vivir así los encuentros, los contactos…

A veces hay que salir al mundo natural –el que nos queda a mano, acaso en los geranios del balcón– no tanto a cosecharlos bienes fungibles necesarios, como a alimentarnos de su riqueza moral. Hay un algo íntimo a la realidad que no se nos impone, donde arraiga el respeto que le debemos. Acaso sea la belleza, a veces difícil de ver; “la auténtica belleza”, como escribió Vasili Grossman. Mientras nuestra cultura, yo con ella, no se decidacon eficacia personal, en cada gesto elegible, a enriquecernos sin empobrecer a la tierra o a los demás que viven en ella… algo serio sigue estropeado en nuestro espíritu. Levantamos palacios de un modo y nivel deconsumo dañosos, a revertir, a reinventar.

Dos animales. Dos personas que se rinden a su belleza, un regalo. La crisis ambiental se sustenta en un océano de insensibilidad e ingratitud. Dos animales: sencillas puertas para indagar el océano de riqueza moral con que la belleza quiere inundarnos si escogemos el cuidado debido y posible a cada sencilla realidad a respetar, natural o específicamente humana. En cada ocasión libre late una armonía a inventar. En cada detalle real espera la mejor oportunidad para sanar. Tierra. Belleza. Compromiso.

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